Untitled Document

 

"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

www.surda.se

 

 

13-11-2018

“La amnistía vista desde la cárcel” . “El fin de la pesadilla”

Opinión

Notas

Julio A. Louis


Amnistía

 

Días atrás recordando hechos del pasado de Nuestra América, le entregué el siguiente artículo -publicado en “Brecha” el 10 de marzo de 1995, con motivo de los diez años de la amnistía- a un destacado militante e intelectual de Nuestra América. Me respondió que debía servir para instruir a las nuevas generaciones, en tiempos de contrarrevolución. Acepto su idea y lo reproduzco.

 

 

 

No sé de dónde, tal vez de alguna narración o impresión infantil. Lo cierto es que siempre me impactó la marabunta, esa enorme hormiga que avanza sin que nada la detenga. De allí que, cuando desde la ventana que daba sobre la ruta, muy temprano vi apostarse una multitud, que silenciosa, expectante y desafiante, empezó a arrimarse al penal, frente a las alambradas y torretas con milicos armados a guerra, tremolando banderas queridas que hacía una década no veía, rojas y del Frente, y las uruguayas y de Artigas, me surgió el recuerdo de la marabunta, la marabunta de pueblo que venía a rescatarnos. Era el fin de la pesadilla.

 

 

Los condenados de por vida aprendimos a esperar. No, no había cadena perpetua. Pero los galardonados con 20 o más años, hasta el tope “legal” de 45, sabíamos que la condena era de por vida. Porque tendríamos que sobrevivir, y porque en el hipotético caso de que llegáramos al fin de la cuenta, si los fascistas permanecían en el poder, el encierro se prorrogaría, o aun más, nos “boletearían” como al Gato Sosa.

 

¡Cuánta angustia silenciosa, para no herir más a otros, que sufrían igual o peor! ¡Cuántas veces revivieron las escenas de 1973 en Devoto y Caseros! El día en que Héctor Cámpora asumió el gobierno, en que Buenos Aires era un gigantesco río de humanidad desbordada de alegría. El día en que desfilaron montoneros y “erpos” , en que la delegación cubana recibió todo tipo de adhesiones. El día en que el general Lanusse dejó el gobierno, el día en que recibió el saludo del pueblo argentino ( “Lanusse, Lanusse gorilón, el pueblo te saluda, ¡la putá que te parió!” ), las cárceles se abrieron para que centenares de presos recobraran la libertad, que algunos habían perdido hacía 18 años.

 

Ese día irradió en mí como una esperanza durante diez años. Sabía que se repetiría en Uruguay. Lo que no sabía -nadie sabía- es si resistiría hasta entonces. La esperanza se llamaba pueblo .

 

 

La supervivencia

 

El premio a los sobrevivientes estaba al final de un camino largo, tortuoso, espinoso. Sería para los más afortunados y los más fuertes, moral, física y psíquicamente. Aunque la enfermedad, las torturas, los padecimientos de la cárcel, acabaron con muchos de los que su fortaleza parecían inexpugnables.

 

Durante el calvario arrastramos la pesada carga de múltiples errores colectivos e individuales. Entre los primeros el más nefasto se produjo por el uso desacertado de un clásico de la resistencia antinazi: “Reportaje al pie del patíbulo”, de Fucik, héroe y mártir checo. Fucik es un paradigma, un modelo, pues resistió hasta la muerte la tortura. Uruguay también tuvo sus Fuciks. Pero los Fuciks son excepciones. Y la izquierda legó la creencia de que bastaba haber recibido como vacuna el marxismo-leninismo para convertir a cada compañero en un nuevo Fucik ( “los niños cantores” se ironizó respecto a los primeros caídos por parte de los “vacunados” , hasta que comprobaron por sí mismos que el virus podía más que la vacuna). De allí a los reproches, a las acusaciones, medió un paso. Y a la atroz tortura moral sufrida por la inmensa mayoría por haber sido débiles en la desigual lucha contra los torturadores, agregamos el condimento del rechazo a otros que traspusieron la raya difusa, convirtiéndose en “batidores” .

 

Pero la absolutización antidialéctica del ser humano -valiente o cobarde, íntegro o corrupto, etcétera- fue una visión ideológica que tuvo excepciones. En el Movimiento Marxista (1970-1975), por ejemplo, se educaba para no hablar las primeras 24 horas, de acuerdo con la enseñanza de los argelinos, que ya se habían percatado de que no todos los combatientes son Fuciks.

 

De todos modos, unos más, otros menos, pero todos al fin, tuvimos que recrear y recrearnos -individual y colectivamente- la autoestima, el orgullo de seres humanos. “No soy versado en las divisiones de la mente en conciencia, inconsciencia, subconsciencia. Pero si sé que, con más o menos rapidez, borramos, o más bien, escondemos muy en lo profundo, aquello que no nos gusta tener presente. Y en esto va la salud mental. Porque de la misma manera que las colectividades idealizan hombres, también tendemos a idealizarnos a nosotros mismos. A vender, en el mercado de valores, una mercancía con apariencia mejor de lo que es. Quizá haya en eso -y lo hay- vanidad y estupidez. Pero, como dije, es sobre todo, por salud mental.” (1)

 

El país, el mundo, pudo comprender la tragedia de los Andes. La de los sobrevivientes que debieron comerse a sus amigos para vivir. La tragedia de la necesidad. Con la misma comprensión es que debe analizarse la vida en los campos de concentración.

 

 

La guerra

 

 

La doctrina de la seguridad nacional es producto de la Guerra Fría. Para asegurar la civilización occidental hay que destruir al enemigo. Así de simple. Impregnadas de esa doctrina, las palabras de un mayor al frente del penal en los primeros momentos fueron llegando a lo largo de los años a los oídos de cada detenido: “sabemos que no los podemos encerrar para siempre; trataremos de que salgan los menos y lo más quebrados posible”.

 

La estrategia defensiva era inversa: salir los más y lo menos quebrados posible. Que se tradujo en un viejo principio: todos para uno, uno para todos. En fin, militantes en condiciones especiales. El enemigo es verde, el compañero es gris.

 

La guerra tuvo dos tiempos: el de la tortura en los cuarteles y el del encierro prolongado en las cárceles.

 

 

Los dos gallos

 

 

El primero fue el más brutal y humillante. Por un lado, la perversión y el cinismo de quien empuña “la máquina” para el dolor de la víctima, y que en los entretiempos puede venir a hablar de su infancia, o de fútbol. El que les permite hoy dictar clases en los liceos, ser apacibles abuelos, o como José Nino Gavazzo, perseverar en la delincuencia. Por el otro, la víctima y el abismo, que pende de un hilo, entre la fidelidad y la traición, entre el pánico y el honor. Allí, en esa situación límite, el principio socrático de “conocerse a sí mismo” es de máxima gravitación. Como en ningún otro lado se aprende a querer al compañero, a jugarse por él, a despreciar a los arrepentidos. O a putearse uno mismo por las inconsecuencias.

 

Álvaro era duro. Los presos “viejos” del Boisso Lanza, lo veíamos traer temprano por las mañanas, deshecho. No podíamos hablarle, pero nos ingeniamos para saludarlo. Un día, en cuanto llegó, desde el fondo de las celdas silbamos “… el gallo rojo es valiente pero el negro es traicionero...”.

 

No todos tuvimos su capacidad de resistencia. Pero todos tuvimos algo -y solo algo- de gallos rojos.

 

De Menghele a Britos

 

 

Los nazis destruían a sus víctimas haciéndolas trabajar y Menghele experimentaba con cobayos humanos. La CIA y sus epígonos uruguayos perfeccionaron la destrucción psíquica, en consonancia con los tiempos de vigencia de los derechos humanos… Los Menghele se transformaron en los Britos.

 

Lo peor que podía pasar era caer en las garras de este locólogo. El pastilleaba según el principio del mayor ya referido. Más valía esconder estamos anímicos. Convertirse en señor feudal con máscara, casco, coraza, perneras. Valía sí, hablar con algún compañero íntimo. Pero nada más. Cuanto menos trascendiera un problema, tanto mejor. Todo era explotable. El enemigo aprovechaba cualquier flanco. Pero el locólogo intervenía directamente en la etapa final. En la de destrucción individual. Antes asesoraba en la etapa de destrucción colectiva. Las vías eran variadas:

 

* Destruir por la despersonalización. “Usted puede olvidarse de su nombre y apellido. Nunca de su número de identificación. En adelante será el 1899” , se me dijo, como a cada uno de los detenidos.

 

* Destruir por el “pijeo” , el estrés constante. Con ese fin se arengaba a la tropa contra la subversión cada vez que rotaba mensualmente, dado el desgaste de los soldados. Se castigaba cualquier acercamiento soldado-detenido. Se cubría una cuota de sancionados (la más común, sin recreo, dura para quien vivía 23 horas en su celda, en los “pisos de seguridad”, el primero y el segundo). Se provocaba con ejercicios militares que circunvalaban el perímetro alambrado con cánticos insultantes. O con requisas periódicas, que destruían manualidades, apuntes, o entreveraban el talco con el azúcar. Una noche, entrados los ochenta, hubo un ataque simultáneo con palos y gritos en las puertas de cada celda. En fin, se intentaba doblegar con la soledad total y el hostigamiento en las celdas de castigo de “la isla”.

 

* Destruir físicamente. Podía ir desde la desatención odontológica, con dolores o pérdidas de piezas dentales, a la desatención en casos graves (a mí me tocó enfrentar la situación de un compañero de celda revolcándose de dolor por una perforación abdominal ante la indiferencia de los carceleros).

 

* Destruir por el desgaste de la soledad (rehenes, celdas individuales en el segundo B), la compartimentación rigurosa que sólo nos permitía comunicarnos con pocas decenas de presos. O por la rotación de los compañeros de celda, con la que se procuraba generar inseguridad y fricciones entre quienes tenían diferentes hábitos, gustos, niveles culturales. “Si yo estuviera encerrado días enteros en estas condiciones con mi mujer, nos acuchillábamos” me ndijo un compañero. Y agregaba con sarcasmo y humor: “Y ahora estoy con un macho que ni conozco” .

 

* Destruir por la inactividad. La sexual, la imposibilidad de hacer gimnasia (salvo con autorización expresa), el encierro prolongado, la alimentación inadecuada, el tabaquismo.

 

* Destruir por la vía de la ignorancia: la prohibición de estudios (economía, sociología, historia contemporánea, idiomas, física, química, etcétera); la desinformación sistemática, merced a “informativos” cuyas únicas verdades (éstas sí, profusamente difundidas) eran las que podían golpear la moral política: la guerra chino-vietnamita, el hundimiento del régimen polaco, etcétera.

Cómo fue la defensa

 

 

Hasta en un campo de concentración fascista hay una ley, un reglamento. Aunque, como hace la burguesía siempre que lo precisa, pueda violarse. En consonancia, la defensa requirió la combinación de la actividad legal con la ilegal. Usar el estrecho campo legal y traspasarlo sin que lo supieran.

 

Las respuestas eran múltiples. Formaban parte de la lucha ideológica y política y se adoptaron con una gama variadísima de inconsecuencias.

 

* Reclamar la presencia de organizaciones de derechos humanos (la Cruz Roja Internacional, Amnistía, embajadas, etcétera). Con el correr de los años, y la persistente acción de la resistencia en el exterior, dio sus frutos y mejoraron las condiciones de vida. Frenaba a los dictadores y elevaba nuestra moral, tratados por los visitantes como seres humanos.

 

* defenderse frente a la provocación con calma, serenidad. No entrar jamás. Jugar “al borde del reglamento” sin traspasar la raya. Serenidad, pero también altivez. Orgullo. Tener siempre en la mente (nunca en los labios): soy superior a esta mierda. Y saber mentir. Distinguir y responder según las dos escuelas que recibimos: la del amor y la integridad, y la escuela basural fascista del odio, de la perversión, de la degradación. Prohibido mentir a un compañero, vale todo frente al enemigo.

 

* Usar el talento y la ironía, el lenguaje criptográfico (en palabras, gestos, miradas). Si se solicitaba cualquier cosa (un remedio, una visita) no aparecer como servil. Ellos trataron de imponer el concepto de que el preso era delincuente, valía contraponer la idea de que trataban con Señores. Y siempre conservar la moral política, homenajeando al 1 o de Mayo, quitándonos las gorras de las cabezas rapadas pese al intenso frío. O saludando desafiantes, con un griterío ensordecedor, el “no” de 1980.

 

* Tratar con respeto y humanidad al verde que se comportaba como buena persona. Saber que era un explotado, un oprimido, un alienado más. Procurar que comprendiera que el gris no era su enemigo, sino enemigo de su enemigo, el superior que “le ponía una tipa” a él también. 2

 

* Defenderse de la destrucción física. Requerir la presencia odontológica, médica. Usar la legalidad: si nos tienen presos, que nos atiendan. Valorar la gimnasia, y hacerla aunque no la permitieran, ingeniándose para no ser descubiertos. Caminar quilómetros, en el recreo o aun de uno a otro lado de la celda. Practicar deportes cuando dejaban. Moderar el mate, el café, cualquier excitante. Eliminar el tabaco. Y clarificarse que el preso es un ser sexuado. De allí el consejo de un compañero médico: “distiéndanse, háganse una buena paja y aflójenle al diazepán” .

 

* Saber integrarse a la vida de relación (la de celda, la colectiva del trabajo o de una barraca cuando se podía) siendo comprensivos, tolerantes, observadores. En la celda se convivía con un extraño (dije que en los “pisos de seguridad”, 23 horas por día si no había sanciones), sin posibilidad de deshacer esa relación, sin una solicitud a los carceleros, que usaban a su antojo esa potestad. Conservar buenas relaciones era esencial.

 

* Llegado el caso, aceptar serenamente la vida de soledad.

 

Como en “La montaña mágica”, aquí los días pasan iguales unos a otros. Los que nunca pasaron por esto, lógicamente temen, temen a lo desconocido. Y sin embargo, la vivencia revaloriza la noción del tiempo. Como profundizando la huella, también se teme a la soledad absoluta. Y sin embargo, viviéndola se revalorizan nociones esenciales, descubriéndose insospechadas facetas positivas.

 

Diversos pensadores han diferenciado modos de ser, civilización y filosofía occidental y oriental. Desde los griegos en adelante, los occidentales nos inclinamos a los datos, la fijación de hechos, la ampliación de la vida de relación; de la vida ‘hacia afuera' de nosotros mismos. De allí ciertos éxitos y fracasos. La ciencia avanza impetuosa en el conocimiento exterior, todo lo que sea exterior, pero en cambio, nuestro ser, nuestro espíritu, no se trabaja, moldea. Los orientales, en cambio, se han inclinado más hacia la captación de ser, se han desarrollado ‘hacia adentro' y de allí la profundización de disciplinas subvaloradas, tales como el yoga o la hinopsis tendientes al autodominio. ¿Cuál es su secreto? ¿Qué ha hecho, por ejemplo, Buda? Ante todo estar solo, meditar. De preso, claro está, no voy a cambiar una herencia milenaria que nos modela para aferrarme, como veleta, a una onda ‘nueva'. Pero sí, al vaivén de los acontecimientos, debo forzosamente modificarme para suplantar el conocimiento trunco por la afirmación interior, en perenne reelaboración.

 

¿Adónde voy? ¿Para qué sirve el razonamiento? Para comprender mejor que nuestra civilización occidental nos da muchos conocimientos, pero nos quita tiempo para pensar y sedimentarlos. Y contradictoriamente, solo forzadamente ahondamos este aspecto descuidado.

 

Cuando la humanidad alcance grados evolutivos superiores, y crezca tanto ‘hacia afuera' como ‘hacia adentro' horadando las gruesas capas de la mediocridad presente, combinará lapsos de intensa vida de relación, donde el hombre se proyecta ‘hacia afuera' como lapsos de voluntaria reclusión, como en los monasterios, donde se proyecta ‘hacia adentro'. 3

 

* Entablar una relación armónica, lo más politizada posible, con los familiares y otros visitantes. Ellos conectaban con el mundo exterior. Por eso era básico contarles lo que pasaba y animarlos a que lo trasladasen afuera, así como hacerles comprender la trascendencia de cualquier información fidedigna aportada. Ayudar, en suma, a la conversión de cada visitante en un militante contra la dictadura. También en las cartas, trasmitir entereza, paciencia, raciocinio.

 

* Defenderse ampliando el horizonte cultural. Todos pudimos enseñar algo. Y aprender mucho. El ‘nada de lo humano me es ajeno' era vital. Leer, estudiar, memorizar, razonar, aún hasta en la diversión del ajedrez, por ejemplo- trabajar el cerebro permanentemente.

 

* Defenderse mediante la información. Éste fue un terreno disputado contra ciertos censores grises, quienes se sentían ‘administradores' de noticias trasmisibles o no. Frente a la falta de libertad, sólo cabía organizar cadenas noticiosas, difundir lo que se conocía, chequeando su veracidad, violando la compartimentación carcelaria.

 

* La defensa mediante el trabajo manual que entretenía, dignificaba, vinculada con amigos, vecinos, familiares, ayudaba al sostén hogareño, desarrollaba la relación entre presos.

 

En síntesis, ayudando, comprendiendo, autocriticándose, criticando fraternalmente, asumimos ante la adversidad la condición del clavo: cuando la vida martillea, hundirse en el amor a hermanos, amigos, compañeros, para no quebrarse.

 

Una década después

 

 

El 10 de marzo de 1985 fue la amnistía. Cuatro días después salieron los indultados, para quienes la burguesía negó la exculpación judicial, aunque delitos de lesa humanidad fueron sepultados luego bajo la ley de caducidad. Atrás quedaron muchos presos, y familiares que ya no estaban para recibirnos.

 

No los olvidemos. Mantengamos la memoria colectiva. Comprendamos sin idealizar: quienes pasamos esta experiencia fuimos surcados por ella, para bien y para mal y no somos los que éramos Es que la guerra psicológica duró hasta el minuto final. El 10, pasado el mediodía, empezaron a liberar por riguroso orden alfabético. Que se interrumpió en la L. El alfabeto se invirtió y remontó desde la Z. Llegado a la M se detuvo. Salieron los de la L. Y el último “ropero” se destinó para algunos rezagados de la L, y los de la M. Porque se quiso terminar con la M. La M de Mujica, el rehén al que no pudieron “embagayar” con “delitos de sangre”. El destinatario del “pijeo” final y de las amenazas de nuevos crímenes.

 

¿La doctrina de la seguridad nacional, consecuencia última de la lucha de clases, y ésta misma, han terminado? El presidente Julio María Sanguinetti sentencia la victoria definitiva del liberalismo. Un sonsonete conocido. Cuya lectura alternativa es que la dialéctica del opresor y del oprimido mantiene plena vigencia.

 

Notas

1. Carta a mis familiares (14-XII-1976).

2. “Tipear” significa, en la jerga militar, sancionar a un subordinado.

3. Carta a mis familiares (19-VI-1976).

 

Alias
Tu E-mail: (No será publicado)
Comentario
 


 
Copyright © 2007 SURda All rights reserved.